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Johanna llegó a vivir al Distrito Federal, a Picacho cuando tenía 6 años, ella también se acuerda cómo era antes el paisaje.
Comenta Johanna:
"Cuando llegamos a vivir ahí se podía oír el riachuelo que baja del Ajusco, pasaba por los linderos del terreno de los edificios. Por las tardes era lindo bajar al jardín que era como un pedacito de campo, el aire siempre se sentía fresco. Caminar cerca del río hasta el terreno baldío que se llenaba de girasoles amarillos y mirasoles lila, que tenían miles de animalitos, arañas de todos los colores y cientos de catarinas de la buena suerte, era rico. Las telarañas brillaban con el sol y mi perro Jethro corría feliz y rascaba en los hoyos de los topos o ardillas.
Del otro lado del terreno podían verse las rocas de lava que parecían hechas con plastilina, las mismas que se veían en el muro del estacionamiento de abajo de mi edificio. Unas amigas y yo buscábamos semillas de mostaza para llevar a la casa.
Pero de un día para otro llegaron las máquinas, pusieron cercas de alambre para que ya nadie entrara al terreno y empezaron a hacer un fraccionamiento. En menos de un año había calles y banquetas, y en poco tiempo empezaron a hacer casas. Ahora ya no hay flores silvestres, sólo quedan las de los pequeños jardines de cada casa. Dinamitaron las rocas, el río casi no lleva agua, es basurero.
Hay muchos perros callejeros, cuando graniza el hielo se derrite rápido en las banquetas, antes se conservaba entre la hierba y podíamos bajar a jugar con él. Lo mejor eran los renacuajos, llenábamos cubetas, los veíamos convertirse en ranas y luego los soltábamos en el lago artificial del jardín.
Ahora tengo 14 años, el lugar ha cambiado mucho, los niños juegan en el pasto y pusieron un arenero y columpios para los pequeños".
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